En el Ecuador, buena parte de la
población rechaza el reclamo “indigenista” que el artista ecuatoriano Amaru
Cholango realiza constantemente a través de su obra visual y de textos
políticos publicados por la prensa. Amaru utiliza su condición indígena como el
recurso principal de su accionar artístico y como emblema de lucha, exigiendo
un arte que se libere de la institucionalidad colonial contemporánea.[1]
Se le
acusa de hacer un:
“…doble uso
instrumental: de su condición de artista (genio, última palabra) y de indígena
(esperando por ello una discriminación positiva).”[2]
Y de exigirle a la institución:
“Porque soy
indio me tienen que dar plata”[3]
Sin embargo, nadie parece observar la condición que la institución del arte
exige de los artistas contemporáneos:
a)
La educación
académica –tal como está configurada actualmente-.
b)
La
retórica académica.
c)
La cultura
ilustrada.
d)
En suma,
la filiación al arte enraizado en occidente, o por lo menos a un arte de
espaldas a componentes de sentido locales.[4]
Lo que equivale a decir:
“porque soy ilustrado
me tienen que avalar y dar plata” (y mucho mejor cuanto más cerca de la “fuente”)
Es decir, en nuestro país:
“vale más ser
ilustrado que indio”,
cuando ambas condiciones responden a particulares epistemes –lamentablemente atravesadas por el Poscolonialismo y su escala de valores que ya todos conocemos-. Hecho que entre los artistas quiteños ha generado una carrera atroz por hacerse del poder del conocimiento académico y de su retórica de clase “cada vez más encriptada y alejada de las capas indígenas y populares”.
cuando ambas condiciones responden a particulares epistemes –lamentablemente atravesadas por el Poscolonialismo y su escala de valores que ya todos conocemos-. Hecho que entre los artistas quiteños ha generado una carrera atroz por hacerse del poder del conocimiento académico y de su retórica de clase “cada vez más encriptada y alejada de las capas indígenas y populares”.
En el fondo sucede lo siguiente, Cholango cometió un pecado social, y este fue: desarrollarse y
posicionarse como artista pasando por alto las reglas de juego del campo del
arte nacional. Siendo indio y por ello con pocas oportunidades (racismo) fue
inteligente actuar desde el extranjero, interpretando luego un doble símbolo al
visitar el Ecuador: el de admirable semi-extranjero venido del primer mundo, y el
de “indio alzado” con posición política. Menos mal no le hizo falta a Cholango pagar
ningún tributo: desarrollar un discurso ultra intelectual, ni relacionarse con
la crema y nata del arte ecuatoriano; ese es en el fondo su imperdonable pecado
y a la vez su más grande virtud.
Cholango es un fenómeno interesante -a estudiar- pues representa la defensa
de lo indio desde una condición indígena híbrida, aferrada sin embargo a su
ancestro, dando cuenta de una forma diferente de resistencia. A mi parecer nos
proporciona una de las puntas de madeja que puede ayudar a desatar el enredijo
del arte contemporáneo local y a la larga de la sociedad y cultura ecuatoriana,
para construir, a tono con lo que propone Acha (un pensamiento visual
independiente) un verdadero arte ecuatoriano, y no una sucursal provinciana.
Proyecto posible únicamente en el marco de la reconciliación racial y cultural,
marcado por el aprecio del ancestro y diferencia indígena.
[4] Al
que nada aportan las metodologías o estéticas relacionales.